miércoles, 29 de febrero de 2012

Frenología

¿Afecta el tamaño y forma de la cabeza a nuestras capacidades?

En los siglos XVIII y XIX, se hizo muy popular la idea de que era posible determinar el carácter de una persona y sus rasgos de personalidad basándose en la forma y tamaño del cráneo. En base a ello, el médico Franz Joseph Gall desarrolló la frenología, que establecía que el cerebro es el órgano de la mente y como tal, alberga las facultades mentales en diferentes áreas y órganos cerebrales específicos. En función del tamaño de cada una de estas áreas, la persona era propensa a un tipo u otro de carácter y a diferentes facultades mentales, que de esta forma, podían estudiarse midiendo la forma del cráneo. Los principales postulados en los que se basaba la frenología eran los siguientes:


  1. El cerebro no es un órgano único, sino una víscera donde es posible distinguir diferentes regiones cada una con una función determinada.
  2. Cada una de las regiones está relacionada con el resto y si su estado varía, en tamaño o temperatura, por ejemplo, también lo hace el conjunto.
  3. La forma de cada una de las regiones, influye en la forma del cráneo que las contiene, variando en torno a cada una de ellas.
  4. Estudiando la forma del cráneo, es posible conocer el estado de cada órgano.


Gall sostenía que cada uno de los diferentes órganos cerebrales corresponde a cada una de las potencias psíquicas innatas y distinguió hasta 27 órganos distintos con sus correspondientes potencias, que aunque innatas, no están determinadas y pueden modificarse a través del desarrollo y de la educación. Para Gall, el grado inicial de desarrollo de cada rasgo depende del desarrollo hereditario del área cerebral que lo contiene y sobre la que ejerce una presión local formando una especie de “joroba” que por su tamaño pone de manifiesto las regiones mejor dotadas. Los nombres dados por GALL a los 27 órganos cerebrales eran palabras de uso común, como amistad, astucia, palabra… Los nombres y los números con que eran designados, varían de un autor a otro y posteriormente  a Gall, se incluyeron hasta un total de 47 regiones, independientes entre ellas, pero que actuaban como excitador o freno de las demás.

A través de estos postulados se hacía patente la creencia de que era posible conocer las cualidades de cada órgano, sus funciones, sus desequilibrios y sus alteraciones e interacciones mediante un procedimiento tan sencillo como el del estudio de la forma y tamaño de la cabeza mediante palpación. Al conocer de esta forma el funcionamiento del cerebro de cada persona, sería posible conocer sus predisposiciones, hacía qué actividades tiene mayor o menor facilidad o a qué personas será más afín, así como su predispoción a cometer delitos o a expresar conductas agresivas. Gall establece una relación entre este tipo de instintos con lo que denominó el “órgano del asesinato”. En este aspecto, la frenología fue un precedente del determinismo criminológico que autores posteriores defendieron, aunque Gall siempre defendió que aunque existía predisposición a ciertas conductas, podía modificarse mediante la educación. También explicaba la locura como una pérdida de dominio sobre un órgano a causa de su actividad sobreexcitada.

La frenología fue rebatida por diferentes corrientes, como ocurrió en el caso de la Iglesia, que se oponía a la existencia de un “órgano de la religión” situado en un lugar concreto del cerebro, como defendía Gall que era el caso del órgano de la “veneración”, situado en el centro de la bóveda craneal. Aunque la base de la frenología en algunas cuestiones fue correcta como en la diferenciación de distintas regiones cerebrales con funciones específicas, su principal error fue el intento de lograr conclusiones más allá de los datos disponibles en la época, apartándose así de la observación científica en pos de datos obtenidos de manera intuitiva.



La ciencia actual continúa estudiando la relación entre las funciones mentales y las áreas determinadas del cerebro que las regulan y para ello se realizaron estudios acerca de la influencia de áreas específicas sobre los 5 factores que regulan la personalidad según el “Modelo de los Cinco Grandes”, abertura a nuevas experiencias, responsabilidad, extroversión, amabilidad y neuroticismo, encontrándose con que aunque no era posible determinar si era responsabilidad directa, existía correlación entre 4 de los 5 factores y el volumen de zonas concretas.

Aunque el cerebro no es un ente estático, sino que varía, este estudio podría permitir establecer patrones estadísticos con los que definir la personalidad probable de una persona en un momento dado en función de la forma de su cerebro, lo que se conoce como neurociencia de la personalidad.

Si la frenología se hubiera establecido como ciencia cierta, tendría implicaciones graves dentro de nuestra sociedad, como el establecimiento de que ciertas personas en función de la forma de su cráneo van a tener  propensión genética a rasgos del comportamiento e incluso a enfermedades genéticas y sería posible en base a ello realizar fichas de posibles delincuentes, selección de personal o prevenir la contratación de un seguro que pueda perjudicar a la compañía en cuestión. A pesar de todo esto, y de que hoy en día se haya descartado que la frenología tenga base científica, es cierto que contribuyó al desarrollo de la ciencia por difundir la idea de que el cerebro es el órgano de la mente y que ciertas áreas regulan funciones específicamente localizadas. Sentó las bases, erróneas en su detalle pero acertadas en su concepción, de gran parte de la psicología y de la psiquiatría moderna, sólo que en este caso, se mide el contenido y no el continente.



“Es mejor prender una vela que maldecir las tinieblas”. Confucio


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martes, 21 de febrero de 2012

Cerebro y Adicciones: Cannabis

¿Qué efectos produce sobre nuestro cerebro el consumo abusivo de cannabis?

Se entiende como adicción cualquier actividad que el individuo no sea capaz de controlar y que interfiera en su vida normal perjudicándola mediante conductas compulsivas. Existen diferentes sustancias que, al ser consumidas por distintas vías, pueden causar adicción y cuyos componentes pueden ser de origen animal, vegetal o mineral. De entre ellas, la marihuana o cannabis y sus derivados como el hachís, son la sustancia ilegal más consumida en el mundo. El término cannabis hace referencia a las flores secas, hojas y tallos de las hembras de la planta con el mismo nombre. Se trata de una sustancia psicoactiva que suele consumirse por vía respiratoria y que afecta de manera directa al cerebro produciendo cambios en la capacidad de razonamiento y en la percepción.

Nuestro cerebro contiene diferentes sistemas receptores que reaccionan a sustancias químicas específicas, produciendo una reacción en consecuencia. El compuesto químico psicoactivo predominante en el cannabis es el tetrahidrocannabinol o THC, pero no es el único, ya que el cannabis contiene más de cuatrocientos compuestos diferentes, de los cuales más del 15% son cannabinoides, con diferentes efectos en el Sistema Nervioso. Estos cannabinoides actúan en el cerebro de la misma manera que un proceso químico que se lleva a cabo de forma natural en nuestro cerebro, acoplándose en el sistema receptor correspondiente al neurotransmisor natural llamado anandamida y que parece ser el responsable de ayudar  a luchar al cuerpo contra el estrés, el dolor y las náuseas. El consumo de cannabis a largo plazo causa adicción porque, en respuesta a la ingesta continua de grandes cantidades de cannabinoides, el cerebro disminuye el número de receptores de anandamida disponibles, lo que nos lleva a tener que aumentar el consumo de manera compulsiva para lograr los mismos efectos, lo que se conoce como tolerancia. Esta tolerancia es mayor cuando el consumo de cannabis se combina con alcohol. El 9% de las personas que consumen marihuana se vuelven dependientes de la misma.

Cuando el THC entra en el cerebro, nos sentimos eufóricos porque actúa sobre el sistema cerebral de gratificación, compuesto por las regiones del cerebro que gobiernan las respuestas de las personas al placer que nos producen, entre otros, el sexo, el chocolate y la mayoría de drogas de abuso. El THC actúa como todos ellos, estimulando células cerebrales para producir la liberación de dopamina. También aumenta la percepción sensorial, percibiendo colores más brillantes, altera la  forma en que percibimos la realidad, causa locuacidad e hilaridad y altera la percepción del tiempo. Tras este periodo de euforia, el consumo de cannabis provoca a un periodo de relajación, que puede dar paso al sueño o incluso a la depresión. Aparecen efectos de “apalancamiento”, cansancio, pérdida en la fluidez del pensamiento y un apetito que tiende al consumo de dulce.

La mayor cantidad de receptores de cannabinoides, se encuentran en zonas del cerebro relacionadas con el placer, la memoria y la cognición, la percepción sensorial, la concentración, el pensamiento, el movimiento y la coordinación y juegan un papel crítico en el desarrollo y la función normal del cerebro, ayudando a controlar funciones mentales y físicas, que pueden verse perturbadas por el consumo de cannabis. Ello provoca que el consumo de marihuana deteriore la capacidad para aprender, crear nuevos recuerdos y para desviar la atención de una cosa a otra. Desinhibe la conducta y entorpece la coordinación y el equilibrio, ya que se adhiere a los receptores en los ganglios basales y el cerebelo, que son las partes del cerebro que lo regulan junto al tiempo de reacción, la coordinación o la postura, por lo que afecta también a la capacidad de realizar tareas complicadas, practicar algún deporte o conducir. El consumo de cannabis antes de dormir puede ayudar a conciliar el sueño, pero dificulta el alcance de la fase REM, donde se producen los sueños y un mayor descanso, por lo que al despertar es probable que nos sintamos más cansados y con sensación de embotamiento. El consumo de dosis altas de marihuana puede llegar a provocar psicosis aguda con alucinaciones y delirios e incluso pérdida de la identidad personal. Esto ocurre con más frecuencia cuando el consumo se realiza mediante la ingesta o bebida del cannabis, que cuando se fuma. Estas reacciones psicóticas pueden asociarse a otros trastornos de mayor duración, como la esquizofrenia, siempre y cuando la persona estuviera previamente predispuesta a ello de manera biológica.

El cerebro, acostumbrado a recibir cannabinoides del exterior, disminuye la producción de anandamida y por tanto necesita el aporte externo. Cuando termina la ingesta de marihuana a grandes dosis, los receptores de la anandamida aumentan hasta alcanzar de nuevo su nivel natural y es entonces cuando se produce el síndrome de abstinencia. Los efectos de la abstinencia en el consumo de marihuana son leves si los comparamos con otras sustancias. Sus síntomas aparecen al día siguiente de empezar la abstinencia, alcanzando su punto máximo a los dos días de abandonar el consumo. Reporta irritabilidad, dificultad para dormir, deseos de consumo compulsivo, ansiedad y agresividad. En cuanto transcurren de una a dos semanas desde el último consumo, los efectos del síndrome de asistencia se atenúan.

Además de sus efectos en nuestro cerebro, el consumo de cannabis también afecta a otros sistemas, como el endocrino o la termorregulación, puede provocar alteración de las hormonas sexuales, disminuyendo la cantidad de espermatozoides en el hombre y alterando el ciclo menstrual en la mujer. Acelera el ritmo respiratorio y el ritmo cardíaco, reduciendo la capacidad de transportar oxígeno por el torrente circulatorio.

Hoy en día no hay patrón establecido sobre el uso y abuso  de marihuana, afecta a diferentes sectores poblacionales más allá de sexo, cultura o clase social. Aunque aún no se conocen todas las consecuencias que puede sufrir el cerebro por el abuso de cannabinoides, sí que puede dilucidarse que la exposición a las concentraciones altas de THC, afectan de manera negativa a nuestro organismo en general y a nuestro cerebro en particular, especialmente en las personas jóvenes, cuyos cerebros están el proceso de desarrollo.



"La adicción nunca debería ser tratada como un delito. Debe ser abordada como un problema de salud." Ralph Nader


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lunes, 13 de febrero de 2012

No lo llames Amor, llámalo adicción química

¿Por qué nos enamoramos?


El ser humano ha desarrollado a lo largo de su evolución mecanismos para conseguir la perpetuación de la especie. Uno de estos mecanismos es el enamoramiento, un proceso bioquímico iniciado en el cerebro que activa neurotransmisores, glándulas y respuestas fisiológicas para alcanzar la reproducción. El amor es por tanto algo tan simple y a la vez tan complicado como una adicción química entre dos personas.

Está demostrado que suelen atraernos las personas con rasgos similares a los nuestros y que tendemos a elegir de manera inconsciente el olor de aquellas que tienen un sistema inmunológico muy distinto al propio, lo que evita que nos enamoremos de nuestros familiares. Antes de que nos fijemos en una u otra persona, ya tenemos construido un mapa mental que determinará qué nos hará enamorarnos de alguien. Aunque disponemos de un sistema natural para llamar la atención de otras personas, relacionado con la presencia de sustancias químicas como las feromonas cuya percepción es instintiva, las personas estamos capacitadas para comunicarnos sin hablar a través de señales corporales, que pueden centrar nuestra atención en una u otra persona por medio de la atracción sexual que provocan. De entre estas señales corporales, las que mayor influencia tienen son las miradas. Los ojos hacen evidente el instante en que se despierta el apetito sexual, ya que las pupilas se contraen o se expanden en función al placer que anticipan. Los gestos con diferentes partes de nuestros cuerpos, pueden enviar mensajes de que se está listo para el placer sexual, como ocurre en el caso de los labios húmedos y entreabiertos, las cejas ligeramente arqueadas o roces discretos de las manos.

Una de las principales sustancias implicadas en el enamoramiento es la feniletilamina (FEA), una anfetamina que el propio cuerpo segrega y que activa la secreción de dopamina y de oxitocina. La dopamina es el neurotransmisor implicado en las sensaciones de deseo y en los mecanismos de refuerzo del cerebro, responsable por tanto de repetir los comportamientos que proporcionan placer, mientras que la oxitocina está implicada en el deseo sexual. Por tanto, cuando una persona nos atrae, el cerebro produce feniletilamina (FEA), que activa a su vez la secreción de dopamina y oxiticina. Cuando comienzan a trabajar los neurotransmisores implicados en este proceso es cuando decimos que estamos enamorados. La combinación de estas sustancias hace que las personas enamoradas puedan permanecer durante horas haciendo el amor y conversando, sin sentir cansancio o sueño. La euforia, placer y excitación que nos hace sentir estar con la persona de la que estamos enamorados, nos hace necesitarla como si se tratara de la adicción a alguna droga.

En las relaciones sexuales, tras el orgasmo, el sistema límbico del cerebro libera gran cantidad de oxitocina, responsable también de la vinculación emocional de la pareja. Esta hormona actúa de manera diferente en hombres y mujeres. La oxitocina en combinación con los estrógenos en la mujer, provoca que ésta se sienta cariñosa y conversadora, mientras que en combinación con la testosterona masculina, provoca en el hombre la necesidad de dormir. El tiempo de permanencia de la oxitocina en el organismo también varía entre hombres y mujeres. En la mujer permanece activa durante días después del orgasmo, mientras que en el hombre tiene efecto durante unas pocas horas. Este hecho podría explicar la diferencia existente entre sexos en cuanto a vinculación emocional tras la relación sexual. Tener relaciones sexuales sin enamorarnos es posible, pero si se tienen constantes relaciones con la misma persona, es posible que lleguemos a experimentar una especie de adicción, ya que  biológicamente estamos preparados para experimentar unión con nuestra pareja sexual, respondiendo al vestigio primitivo de conservación de la especie. La oxitocina, tras la primera oleada de emoción, actúa forjando lazos permanentes entre los amantes, cambiando las conexiones de los circuitos cerebrales.

Cuando estamos enamorados y vemos al ser amado, se activan ciertas zonas del cerebro como el córtex anterior cingulado, que responde también a estímulos producidos por drogas sintéticas, produciendo euforia y placer. Pero además, el amor también inactiva ciertas áreas, como las encargadas de realizar juicios sociales y, por tanto, de someter al prójimo a valoración, lo que explica por qué consideramos que “el amor es ciego” y nos resulta difícil observar fallos o condenar actitudes de la persona de la que estamos enamorados.

Pero esta secreción de sustancias en nuestro cerebro que provoca el estado de enamoramiento no dura eternamente. Si la síntesis de feniletilamina (FEA) se prolongara durante mucho tiempo, moriríamos de extenuación, por lo que tras dos o tres años sus efectos desaparecen. El organismo se va haciendo resistente a los efectos de estas sustancias y la pasión se desvanece gradualmente. Termina la fase de atracción y somos capaces de observar los defectos de la otra persona que antes no veíamos. Es en ése momento cuando, si se han asentado sólidamente las bases de la relación, comienza la etapa de permanencia, caracterizada por un amor más tranquilo. En esta fase son las endorfinas las que toman el control, aportando sensación de seguridad y apego. Si durante la primera fase no se han establecido las bases de una relación duradera y la relación concluye, dejamos de recibir la dosis diaria de neurotransmisores, a lo que se atribuye el sufrimiento que nos causa alejarnos del ser querido.

Así pues, como vemos, el proceso del enamoramiento, así como el desamor tienen una clara base biológica, pero el hecho de entenderlo no implica la capacidad de controlarlo, por lo que el amor continuará siendo algo que escapa a nuestra comprensión.


 El amor es como Don Quijote: cuando recobra el juicio es que esta para morir”  Jacinto Benavente 



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martes, 7 de febrero de 2012

Mentiras en el cerebro

¿Sabemos cómo el hecho de mentir varía nuestro cerebro?

Mentir es faltar a la verdad a sabiendas de que lo estamos haciendo. Se trata de afirmaciones falsas que crean una idea o una imagen falsa también.

Las personas, cuando mienten, lo hacen porque consideran necesario ofrecer una imagen diferente de la realidad, con la que no están conformes. La máscara que proporciona la mentira permite crear la imagen de nosotros mismos que queremos trasmitir. Sin embargo, esta máscara es inconsistente, ya que una mentira lleva a la creación de una larga cadena de ellas que permita sostener la certeza de la primera, lo cual produce miedo a perder la imagen falsa que se ha creado y supone una tensión continua para el mentiroso en cuestión, además de un importante desgaste de energías, ya que es necesario contar con una buena memoria para no contradecir las mentiras anteriores.

Durante el proceso de mentir, se produce una carga cognitiva por la cual el cerebro humano activa mayor número de áreas que mientras decimos la verdad. A medida que se incrementa la actividad cerebral, aumenta el flujo sanguíneo en el cerebro, y por tanto, aumenta el oxígeno en sangre.
Dada la complejidad de la conducta de mentir, en el cerebro no existe un único centro de la mentira, sino múltiples áreas implicadas que interactúan entre ellas. Cuando mentimos, en el cerebro se activan tres regiones diferentes, el lóbulo frontal, el lóbulo temporal y el lóbulo límbico, y lo hacen en mayor medida que cuando decimos la verdad. Mentir requiere un esfuerzo cerebral extra, ya que cuando lo hacemos se activan zonas del córtex frontal que desempeñan un papel en la atención y concentración, además de vigilar posibles errores y suprimir la verdad.

Así mismo, las redes cerebrales utilizadas para expresar una mentira espontánea son diferentes de las que se utilizan para expresar una mentira memorizada. La mentira espontánea estimula una parte del lóbulo frontal relacionada con el funcionamiento de la memoria, mientras que la mentira ensayada estimula una parte distinta en la corteza frontal derecha, relacionada con la memoria episódica. 

A lo largo del tiempo se han empleado métodos con el fin de detectar cuándo la gente está mintiendo. El detector de mentiras utilizado hasta el momento es el conocido como polígrafo. El polígrafo mide los niveles de excitación y nerviosismo que presenta una persona cuando está conectada a él, calibrando su ritmo cardíaco, su presión sanguínea, su respiración y sus conductos dérmicos y valorando los cambios que se producen en los mismos al responder a las preguntas que se le formulan, asentándose en la base de que al mentir, estos niveles se alteran. Sin embargo, este sistema presenta algunos problemas de fiabilidad, ya que puede ser manipulado, porque la misma situación puede poner nervioso al sujeto que está siendo evaluado y porque se ha demostrado que con algo de práctica los individuos son capaces de controlar y moderar sus propias respuestas físicas cuando mienten. Esto ha ocasionado que el polígrafo no sea aceptado como prueba en los juicios y que haya terminado quedando obsoleto.

Las investigaciones en este sentido han derivado hacia otros campos, como la observación de los cambios cerebrales mediante resonancia magnética. Mientras que polígrafo es capaz únicamente de registrar las respuestas periféricas que provoca la mentira, las imágenes de resonancia magnética proporcionan información acerca del origen mismo de la activación cerebral que produce el acto de mentir. Es decir, permiten acudir directamente al órgano que produce la mentira: El cerebro.

Cada uno de nuestros pensamientos está codificado con un patrón específico de actividad cerebral, por lo que cada vez que se produce, aparece el mismo patrón específico de actividad en el cerebro. Esta consistencia del patrón permite identificar pensamientos nuevos o recurrentes mediante un escáner cerebral y mediante el campo científico llamado reconocimiento de patrones o aprendizaje automático, es posible visualizar los patrones de pensamiento a través de un ordenador, como ocurre con el reconocimiento facial o las huellas digitales.
De esta forma, la activación de una u otra área cerebral puede determinar si la persona miente o dice la verdad.

Más allá de los sistemas científicos de detección de mentiras, en el cara a cara no es fácil detectar a un mentiroso, ya que si tiene cierta experiencia mintiendo su conducta puede no mostrar ninguna evidencia que lo delate. Es más fácil detectar las señales acústicas de una mentira, es decir, el contenido que se escucha, que las visuales asociadas a gestos y conducta visible del sujeto.

Es fácil que un mentiroso se contradiga, no suele abundar en detalles y aporta datos confusos e ilógicos, además de que su nivel de voz es por lo común más elevada de lo necesario.
Cuando tomamos decisiones de carácter moral, utilizamos la corteza prefrontal de nuestro cerebro, que contiene la materia gris. Según diversos estudios, los mentirosos patológicos tienen en torno a un 14% menos de materia gris, y es por ello que las personas con esta patología son menos propensas a preocuparse por asuntos morales. 

Es posible inducir a una persona de manera química a decir la verdad mediante el pentotal sódico, también conocido como suero de la verdad. Esta sustancia causa efectos a nivel del Sistema Nervioso Central: Disminuye el flujo sanguíneo cerebral, pero aumenta la presión, disminuyendo el consumo de oxigeno en el 50%. Al actuar en el cerebro, el pentotal sódico produce depresión de las funciones corticales superiores lo que provoca que a la persona le sea mucho más complicado mantener su voluntad, de forma que en una conversación la verdad fluye con mayor facilidad.
 
“Con una mentira se puede llegar muy lejos, pero sin esperanzas de volver” Alexander Pope.

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